El enfado es una de las emociones más frecuentes que sentimos. No sé si ha sido así a lo largo de la historia, o si es así en las diferentes culturas o tribus. Es así en el siglo XXI en la sociedad occidental.
El mindfulness, la meditación, la cultura zen y demás tratan de ayudarnos a lidiar con él. Pero el enfado es duro de pelar.
Nos enfadamos cuando las cosas no salen como nos gustaría, o como habíamos imaginado. Cuando las personas a nuestro alrededor no cumplen “nuestras expectativas”. Sentimos que nos faltan el respeto y/o nos sentimos heridos.
Nos sentimos heridos e, instantáneamente, comenzamos un diálogo interior en el que constantemente encontramos argumentos para justificar nuestro enfado. Eso si no “saltamos” al instante y comenzamos una discusión sin fin. Evidentemente, siempre tenemos toda la razón para sentirnos así. Es curioso, pero sucede así. No nos planteamos ni una duda. “La culpa” siempre la tienen “los demás”.
Esta es la gestión habitual que hacemos del enfado. Porque nadie nos ha enseñado a hacerlo de diferente manera. Hacemos lo que hemos visto a nuestro alrededor. Hasta que nos planteamos que todo podría ser diferente. Si es que somos capaces de hacerlo.
El enfado es una reacción ante el desempoderamiento
El enfado es una emoción que “oculta” la tristeza, el desempoderamiento. Nos enfadamos porque nos sentimos desempoderados. Hemos cedido nuestro poder a algo externo, en lugar de mantenerlo en nuestro interior. Ponemos en los demás “la responsabilidad” de que actúen exactamente como nosotros esperamos. Que a menudo, no es ni como nosotros haríamos. Pero esperamos que los otros sean mejores. Claro que sí. Pelotas fuera.
Personalmente, siempre he huido del enfado. Es una emoción que no me gusta. La categorízo como “negativa”. Siendo pequeña, no soportaba que mi madre se enfadara. Menos conmigo. Ni que mis amigas lo hicieran. En consecuencia, empecé a ser complaciente con todas las personas de mi alrededor. Si daba a cada cual lo que esperaba de mí, no se enfadarían. Estarían bien, y yo estaría bien.
Craso error. De esta manera mi autenticidad se difumina. Dejo de ser yo para ser lo que los demás esperan de mí.
A día de hoy, a mis 45 años, aún no se relacionarme con el enfado. Ni sé enfadarme ni soporto que las personas que me importan se enfaden conmigo.
¿Está el enfado relacionado con la autoestima, con la inseguridad, con el miedo? Totalmente. Tanto quienes, como yo, huimos del enfado, como los que se pasan el día enfadados, hemos de aprender a gestionar ESE miedo. Por un lado el miedo a decepcionar; por otro lado, el miedo a perder el control y dejarse llevar.
Quizás sea vox-populi que la espiritualidad promueva que ignoremos nuestros enfados. Eso de “paz y amor” que tanto se oye puede ocasionar confusión y llevar a pensar que las personas espirituales “nunca deben enfadarse”.
Aprender a gestionar nuestras emociones
No es así. La espiritualidad, el crecimiento personal (o como queráis llamarlo) lo que realmente hace es darnos herramientas para tratar de aportar luz sobre nosotros mismos y nuestro interior. Trata de ayudarnos a expandir nuestra conciencia. Los grandes maestros espirituales nos invitan a “sentir y profundizar” en nuestras emociones. No dejarlas ir, sino dejarlas estar. Observarlas. Aceptarlas. Desde allí se pueden gestionar desde un punto de vista más armónico.
En la escuela nos deberían enseñar a profundizar en las emociones y aprender a gestionarlas. Quizás en las empresas también. Es una herramienta que es fundamental en nuestras vidas personales, pero también en el mundo laboral.
Si observamos un poco a nuestro alrededor, veremos personas que se enfadan constantemente porque su umbral de frustración es muy bajo. No consiguen hacer lo que quieren, no les dices lo que esperan escuchar, les gastas una pequeña broma… y montan un berrinche del quince. Los niños también. Pero ellos expresan sus enfados de manera más expresiva. Llorando, con la cabeza agachada, los brazos en cruz la cara igualita a la del icono de WhatsApp del enfado.
El buen humor es la mejor terapia
¿Qué pasa a menudo con esos enfados? Se retroalimentan. El enfado de unos provoca el enfado de otros y así se llega a una profunda espiral sin fin. Malas caras, gritos, tensión en el ambiente…
¿Cómo solucionarlo? Ojalá tenga yo la solución. Pero, a nivel instintivo, sí que puedo decir que el buen humor es contagioso y es la mejor terapia que existe ante el enfado. La sonrisa, el abrazo, los gestos de cariño…
Sí, a menudo cuando alguien está enfadado necesita su “tiempo de descompresión” y que le dejen en paz unos cuantos minutos o unas horas. Respetemos eso, pero que nos respeten también. El enfado no da vía libre a las faltas de respeto. Hay que saber hallar el equilibrio.
Vivimos en una sociedad donde no sabemos gestionar los enfados y eso provoca ira. La ira conduce a gritos, tensión, estrés… Y viceversa. El estrés genera tensión, mal humor y enfados constantes.
Debemos ser capaces de dialogar con calma sobre nuestros enfados.
Yo no me enfado demasiado, pero cuando lo hago, trato de expresar mis sentimientos a la otra persona, aunque no siempre es posible, o no siempre soy capaz de hacerlo. No se trata de convencer al otro y tener la razón. Se trata de expresar cómo nos sentimos y por qué.
También se trata de sentirte escuchado y entendido. De poder mantener una conversación calmada sobre los sentimientos y sensaciones de cada cual.
El problema es que a menudo no nos damos tiempo para ese tipo de conversaciones. O las rehuimos porque no tenemos ganas de que nos «calienten la cabeza». Lo pasamos por alto.
En otras ocasiones nos enfadamos a nivel global con el funcionamiento del sistema o por cosas sobre las que no tenemos poder alguno: caravanas inesperadas en la carretera, decisiones políticas que no entendemos; y mil cosas por el estilo. ¿Qué hacer en estos casos? Aceptar lo que hay y aceptar nuestro enfado, sentirlo y tratar de enfocarnos en cosas que sí podemos controlar, como nuestro bienestar.
Cuando nos sentimos desempoderados por cosas que ocurren en nuestro exterior, siempre podemos tratar de centrarnos en buscar nuestro bienestar interior. Cuidarnos a nosotros mismos es lo mejor que podemos hacer siempre por nosotros y por el mundo. Cuanto mejor nos sintamos, más luz transmitiremos. ¿Cómo? Haciendo aquello que nos apetece. Regalándonos un masaje, cocinándonos nuestra comida preferida, cuidando nuestra piel con una buena crema hidratante, leyendo un buen libro, dando un paseo… La clave es recordar que nosotros tenemos el control sobre nosotros mismos. No podemos cambiar lo que pasa fuera, pero sí podemos modificar nuestra actitud ante lo que ocurre en el exterior.
Observemos el enfado
El enfado nos dice que hay algo fuera que no nos gusta. Podemos analizar qué es eso que nos incomoda y tratar de cambiarlo (misión prácticamente imposible) o aceptarlo y cambiar nosotros.
Os invito a observar EL ENFADO. ¿Por qué os enfadáis? ¿Cómo lo gestionáis? También a observar las personas que forman parte de vuestro entorno, de vuestra burbuja social. ¿Cuán a menudo se enfadan? ¿Por qué lo hacen?
Si miramos un poco, veremos que convivimos en exceso con el enfado. Es algo que no me gusta nada. Pero es así.
Vuelvo a dar luz a esa maravillosa frase que dice “cambia tú y cambiarás el mundo”. En ello estamos.
>> Crecimiento personal: Cambiar para mejorar nuestra vida
>> Crecimiento personal: Incongruencia vs Autenticidad
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