Hace unos años mis amigas me regalaron una camiseta personalizada que llevaba escrito lo siguiente: «¿Qué es normal? La normalidad NO existe.» Me la regalaron porque yo era tremendamente pesada repitiendo esa afirmación (o negación). «La normalidad NO existe». ¿Qué es normal? ¿Lo que hace la mayoría de la gente? Y si yo hago algo diferente, ¿ya no soy normal?
Serendipias de la vida, acabo de leer un post de Teal Swan en Twitter y ha logrado que me levante del sofá de golpe para escribir este artículo. Decía lo siguiente: «Esperamos que si algo es normal, si «todo el mundo lo hace» o si «esa es la manera en que las cosas se deben de hacer», eso esté bien o sea correcto. Esta tendencia que equipara lo que es normal con lo que es correcto puede ser muy, muy peligrosa.»
Es decir, lo que es normal no tiene porqué ser lo correcto. Durante años era normal que las mujeres no votaran y no tuvieran independencia económica, y no era lo correcto.
Lo normal no ha sido lo correcto en innumerables ocasiones a lo largo de la historia. Ha habido infinidad de injusticias sociales. Y las sigue habiendo a nivel mundial.
Y esta frase me lleva a reflexionar nuevamente sobre este extraño momento histórico que estamos viviendo. Estamos integrando en nuestro lenguaje nuevas maneras de hablar. Estamos cambiando nuestras creencias, y nuestras rutinas diarias. Vamos cambiando nuestro comportamiento, tenemos nuevos «discursos» y hábitos que se están considerando «normales» y correctos. Tengo la sensación que el mundo y la sociedad está mutando a un ritmo vertiginoso.
Estamos entrando en lo que muchos han llamado «la nueva normalidad». Si antes ya me planteaba si lo que era normal debía serlo. Ahora ya ni os cuento.
Vivimos recibiendo información 24h al día
Observando la situación desde fuera por unos instantes es realmente fascinante el poder de la Programación Neurolingüística. Es impresionante cómo asimilamos discursos y los integramos en nuestro día a día y los repetimos cual «cotorras». Es impresionante cómo damos por sentado todo lo que nos cuentan los medios de comunicación, cómo asimilamos esa información y cómo reproducimos nuevos comportamientos.
Recibimos información a cada instante. Aunque no miremos la tele ni tengamos perfil en redes, al sociabilizar, nos explican igualmente lo que pasa.
Intento imaginar qué pasaría si las noticias fueran totalmente diferentes. Si la mayoría de reportajes tuviera un enfoque positivo. Se centraran más en casos de éxito, en triunfos y sucesos emocionantes y sorprendentes. O si los gobernantes fueran personas conscientes que realmente trabajaran por y para el bien común. Si intentaran propagar el amor en lugar del miedo. O si dieran voz a «agitadores de conciencia» o dedicaran más de un minuto diario a hablar de cultura. Seríamos diferentes. De eso no tengo duda.
Entrar en las redes sociales, especialmente en twitter, me da «cierto miedo». Entro por curiosidad, tratando de ser una simple observadora. No tengo claro si para simplemente observar, si es por masoquismo o por puro morbo. Pero me resulta sorprendente la crispación que hay. Lo fácilmente que se utilizan los insultos. Leo la palabra «odio» con frecuencia. No entiendo nada. Pero parece ser que la mayoría de personas sigue una misma corriente y todo aquel que opine diferente es señalado. ¿Esto es normal?
La cultura de la cancelación en auge
Se ha puesto de moda y más en auge que nunca la cultura de la cancelación. No había escuchado hablar sobre este término hasta esta semana, cuando Teal Swan publicó un vídeo sobre ello.
¿Qué es la cultura de la cancelación? Es cuando un personaje público dice algo inconveniente u ofensivo, y rápidamente desencadena una reacción (principalmente en redes sociales) que busca la «cancelación» de su persona. Se boicotea su labor profesional y puede llegar a suponer el fin de su reputación.
En lugar de debatir sobre lo que ha expresado el personaje en cuestión, se señala como «el villano» directamente. Se le «cancela». En nuestro país acaba de pasar con Miguel Bosé por expresar su desacuerdo hacia el uso de las mascarillas. He visto cómo muchos artistas le decían a través de las redes que le habían perdido totalmente el respeto. Una carrera de 40 años y una «reputación» puesta en entredicho por opinar públicamente diferente al resto. ¿Por qué? Porque la mayoría ha integrado y ha dado por bueno el uso de mascarillas. Aún más, lo normal es llevarlas porque es una muestra de respeto hacia los demás. Por ende, cualquiera que opine diferente, es objeto de insultos inauditos. Incluso le desean la muerte y el sufrimiento. No es una guerra armada, por suerte. Pero es otro tipo de guerra.
Cuando insultamos a otro por opinar diferente, cuando finalizan nuestros argumentos para defender nuestras teorías, cuando nos inunda la ira… ¿De qué estamos hablando? De separación, de miedo. El miedo es el origen de todas las fobias. ¿Estamos respetando a los demás al insultarles? ¿Al expresar públicamente el deseo de que les pasen «cosas malas»?
Por suerte, la sociedad está en constante evolución. A lo largo de la historia son innumerables las creencias y teorías científicas que en su momento se consideraban como totalmente incuestionables y marcaban la manera de ser y vivir de aquella época. Han ido cayendo cual fichas de dominó.
¿Qué es normal? La duda nos hace crecer.
Hemos evolucionado gracias a determinadas investigaciones, nuevas teorías o hallazgos casuales. Lo que era normal dejó de serlo. Algunas de las teorías que se consideraban verdades absolutas se derrumbaron porque, en aquel momento, alguien decidió abrir la brecha de la duda. Bienvenida sea la duda. Tal y como dijo el actor Richard Dreyfuss «Realmente creo que la vida es el proceso de pasar de la certeza absoluta a la completa ignorancia«.
Bienvenidas las dudas y bienvenida la evolución, tanto a nivel científico como a nivel social. De hecho, está totalmente ligado.
Por ejemplo, la teoría de la Tierra como centro del Universo perduró por varios siglos hasta que Copérnico en el siglo XVI cambió el concepto e introdujo una nueva serie de paradigmas, concibiendo el Sol como centro del Universo.
Hay innumerables científicos, pensadores y filósofos que, gracias a su esfuerzo y dedicación, transformaron la sociedad, desechando viejas creencias para establecer nuevas que conducían a la (re)evolución de la humanidad.
A nivel social también hemos visto cómo en los últimos años hemos tenido la suerte de derrumbar antiguas creencias para construir nuevas y contribuir a la libertad y al bienestar de las personas.
Es necesario señalar que la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos tuvo lugar en 1948. No hace tanto. Unos derechos que proclaman unos artículos que hoy en día nos parecen básicos e indudables pero que aún no reflejan la realidad que se vive en ciertos países menos desarrollados.
Hasta hace pocos años las sociedades creían firmemente y asumían que las mujeres no teníamos derecho a voto, que las relaciones homosexuales no se podían vivir en libertad y que las personas que proceden de otros países no podían tener los mismos derechos que nosotros.
Lamentablemente, esas creencias están aún tan integradas en nosotros que sigue existiendo el racismo, la homofobia y la misoginia. Existen a gran escala y a pequeña escala. El micro-racismo, los micro-machismos… son creencias que han perdurado durante tantos años, que aunque conscientemente pensemos que no las tenemos, conviven con nosotros y yacen en nuestro inconsciente.
La historia está repleta de mártires asesinados por sus ideas
Por suerte siempre ha habido valientes locos inteligentes que se han atrevido a «llevar la contraria» a alzar la voz y explicar sus teorías. Muchos de ellos incluso llegaron a ser asesinados por exponer sus ideas revolucionarias.
Por ejemplo, en 1553 el científico aragonés Miguel Servet fue asesinado por dejar escritas en sus libros opiniones tan revolucionarias como que el bautismo no debía hacerse a los niños, sino que debía ser un acto consciente a realizar siendo adulto. Fue condenado a morir en la hoguera.
Estamos en el año 2020 y me invade la tristeza al ver cómo seguimos «condenando» a las personas a «morir en la hoguera» a través de las redes y los medios de comunicación por pensar diferente.
Mi padre siempre me ha hablado sobre el respeto y la tolerancia. Son la base de la convivencia. Han sido el pilar de mi educación y he tratado y trato de tener estos valores siempre presentes en mi día a día tan bien como he podido y puedo. Pero la rabia y el miedo se los carga de un plumazo.
Vive y deja vivir. No hagas a los demás aquello que no te gusta que te hagan a ti. Trata de ponerte en los zapatos del otro para tratar de entenderle.
Todos caemos en los mismos errores. Todos juzgamos con tremenda facilidad y estamos seguros de poseer la verdad absoluta. Pero no es así. Esta semana me fascinó también un artículo de Santos Ávila que «nos ponía en nuestro lugar» a los que creemos haber despertado un poco a nivel de conciencia.
Todos estamos en el mismo barco, y creo que tenemos un objetivo común: vivir con la mayor paz y con el mayor bienestar posible. Simplemente se trata de recordar que todos somos uno, que la unión hace la fuerza y que el AMOR es el arma más arrebatadora que tenemos.
Finalizo con otra frase de Teal Swan que no deja de resonar en mí en los últimos meses y acabo de ver nuevamente en redes: «El miedo tiene su manera de convencer a una persona que lo más importante de la existencia es la supervivencia. No lo es. Es la calidad de vida. La calidad de vida es lo que la humanidad debe defender«.
>> Crecimiento personal: Cambiar para mejorar nuestras vidas
Supongo que lo normal es lo que hace, lo que piensa, la gran mayoría. Esto, en si mismo, no lo hace ser bueno ni malo. Depende. La normalidad cambia por épocas, puede evolucionar y/o involucionar. También cambia por sociedades, por grupos, por culturas. Lo que es normal en unas puede no serlo en otras.
Gracias por tu aportación.