Creo que estaremos tod@s de acuerdo en que es más fácil y cómodo formar parte de «las mayorías» que hacerlo de «las minorías». Sea en el grupo que sea: en una familia, en un grupo de amigos, en el trabajo, en una ciudad, en un país o en el mundo. Esta afirmación sería una verdad objetiva. Ser parte de la mayoría es más cómodo. Te sientes aceptado por los que son, piensan y actúan como tú en determinado tema. Formas parte de «un clan». Perteneces.
La definición de la Wikipedia ya «pinta mal» para la minoría. Tal y como dice, «se refiere a una categoría de personas que experimentan una desventaja relativa en comparación con los miembros de un grupo social dominante». Vamos mal con las palabras «desventaja» y «dominante» en esta definición.
Lo que está claro es que «las minorías» son menos que «las mayorías». Y formar parte de una minoría implica «ser diferente» con todo lo que ello conlleva. Aunque creo que las cosas están cambiando lentamente, en la sociedad en la que vivimos se sigue sin aceptar «lo diferente». Continúa habiendo racismo y homofobia, porque las razas y las tendencias sexuales menos comunes no se entienden ni se aceptan. Continuamos criticando y juzgando a quien no entendemos o a quien actúa de manera diferente al resto. Aunque tenga sus motivos y estos sean coherentes. Pero, ¿para qué pararnos a escuchar y tratar de entenderle? Mejor señalarle, acusarle y excluirle.
El bullying no es algo que tan sólo sucede en las escuelas. Los niñ@s apartan a otr@s niñ@s porque los adultos hacen lo mismo.
Creo que aún no soy del todo consciente del sufrimiento y del silencioso dolor que me ha provocado a lo largo de la vida ser «diferente» o formar parte de las minorías. Pienso que yo no lo he llevado ni lo llevo del todo mal, pero hay personas que lo llevan fatal. Sufren demasiado. Tanto que algunos deciden tratar de calmar ese dolor mediante analgésicos tales como las drogas o el alcohol. Tanto que algunos otros prefieren seguir la corriente y decidir apostar por «la normalidad» aunque se pierdan a ell@s mismos por el camino.
Nuestro principal objetivo en la vida es ser auténticos
No es mi cometido juzgar a nadie ni decir lo que cada cuál debería hacer o no. Lo único que creo haber entendido tras varios años tratando de vivir la vida de manera consciente y empapándome de libros, vídeos y teorías de crecimiento personal es que nuestro principal objetivo en la vida es SER AUTÉNTICOS y sentirnos en paz con quiénes somos y con nuestra vida, sabiendo que tenemos el poder de dirigirla allá hacia donde queramos.
Pero ser auténticos no es fácil en un mundo donde la sociedad te dice cómo debes ser y las normas a seguir. Es por eso que nos vamos poniendo máscaras para irnos adaptando a aquello que esperan de nosotros. Incluso para aceptarnos a nosotros mismos. Y no estoy hablando de las mascarillas que ahora nos obligan a ponernos para salir a la calle, que no dejan de ser un símbolo de nuestras propias máscaras sociales. Hablo de los hábitos que utilizamos para socializar.
Uno de los retos más importantes que nos toca superar en la vida es aceptarnos a nosotr@s mismos una vez vamos descubriendo cómo somos. A mí me costó horrores y no tengo claro si aún soy del todo consciente de hasta qué punto me he rechazado a mí misma. Tampoco tengo claro si aún lo sigo haciendo. Pero entiendo que cuando siento que alguien me rechaza y eso me duele, no dejo de ser yo misma la que de alguna manera lo hace. Sigo sin aceptarme por completo. Todo es un proceso.
Es cierto que es mucho más fácil ver cuándo lo hacen los demás. Es más cómodo juzgar y observar desde la distancia cómo otra persona oculta su verdadera esencia tras diversas máscaras. Pero todos de alguna manera lo hacemos.
Aún no sé a ciencia cierta quien soy realmente, pero sí que sé que estoy tratando de ser lo más YO posible en todos los momentos. Con lo bueno y con lo malo.
Si somos diferentes al resto formaremos parte de las minorías
Lo más difícil de atreverse a ser uno mismo siempre es que, tarde o temprano, formarás parte de minorías. Porque serás diferente al resto en algo. Siempre
Yo siempre he formado parte de muchas minorías. Ahora lo veo con claridad. Desde pequeña, con cosas tan insignificantes como el hecho de ser hija única, o teniendo que llevar gafas con tan sólo 5 años. Para mí fue traumático llevarlas porque me hacía diferente al resto, y yo quería ser igual.
Crecí y no me gustaban los mismos grupos pop que al resto de chicas de mi clase: Hombres G, Eros Ramazzotti… No los soportaba y, simplemente, callaba. Seguí creciendo y no me gustaba salir de noche, pero salía porque no sabía decir que NO a mis amigas. Aún estoy aprendiendo. Me buscaba chicos que me gustaran para ser como las demás y quedé con algunos con la intención de ser como el resto de chicas de mi edad.
Era más fácil ser como las demás. Pero llegó un momento en que descubrí ese maravilloso sentimiento de la felicidad absoluta cuando fui yo. Ese sentimiento en mí fue tan potente que hizo que rompiera mis propias barreras y empezara a luchar por lo que realmente quería sin importarme nada más. Fue esa explosión de alegría y plenitud la que provocó que, lentamente, cual pequeña hormiguita, empezara a aceptar mis diferencias como parte de mí y a brindar por ellas, pues eran esas diferencias las que me permitían sentir tan bien.
Es esa pequeña llama que en según que momentos de mi vida se ha avivado con brutal intensidad la que me ha dado fuerzas para seguir mi propio camino. Aprendí a abrazar mis diferencias y a sentirme bien siendo parte de varias minorías y también alguna mayoría.
También aprendí que no sólo yo era diferente. Todos somos diferentes y únicos y, es cuando somos conscientes de nuestras propias diferencias y las aceptamos, cuando empezamos a disfrutar verdaderamente de quiénes somos. Es cuando empezamos a cultivar nuestra autoestima.
Es cierto que al principio sentirse diferente puede ocasionar algo de sufrimiento. Pero es parte del camino. Empecer a entender por qué sufrimos hace que vayamos dejando de hacerlo. Es curioso.
Expresar opiniones diferentes enriquece
Expresar lo que sientes y lo que piensas cuando te sabes diferente en algún grupo determinado y estás en absoluta minoría no es fácil. Quizás tampoco sea oportuno. No lo tengo demasiado claro. Pero creo que dialogar y compartir opiniones y maneras de ver la vida es enriquecedor. Siempre y cuando se haga desde el respeto.
Es tan triste como cierto que hay varios temas tabú en ciertas reuniones grupales. Siempre se ha dicho que en según qué situaciones es mejor no hablar de política, de religión, ni de fútbol. Pero es una pena no poder ser capaces a veces de compartir opiniones diferentes sin pretender tener la razón ni tratar de convencer al otro.
En términos generales me siento afortunada por poder expresar mis opiniones en «mis círculos sociales», aunque éstos tengan opiniones totalmente opuestas a las mías.
Actualmente uno de los debates más candentes se encuentra en la situación generada por el covid19 y el uso o no de mascarillas. La mayoría de personas tienen sus ideas super claras en este tema y cualquier opinión o gesto que plantee dudas ante el uso de la mascarilla parece ser un acto ofensivo que atenta contra la humanidad. Nuevamente formo parte de la minoría en esta ocasión, pues mi opinión diverge de la común.
No trataré de convencer a nadie de lo que pienso y siento, pero sí que me siento libre para expresar mi opinión. Hace unos años no era así. Callaba y no expresaba lo que sentía o pensaba por precaución o miedo. No quiere decir que ahora no tenga miedo, simplemente que quizás me acepto un poco más de lo que lo hacía antes.
Mi gran cuestión es ¿es necesario expresar siempre abiertamente nuestra opinión respecto a todo? ¿O tan sólo lo debemos hacer cuando nos sentimos en un «entorno seguro», en el que sabemos que estamos entre personas que piensan de la misma manera?
Me respondo yo misma. Creo que debemos expresar siempre nuestra opinión con asertividad y calma. Ser auténticos. Lo que sí está claro es que es mejor no enzarzarse en discusiones que no llevan a ningún lugar. Cada opinión debe respetarse, pues nadie tiene la verdad absoluta. Además, una «buena discusión» siempre es constructiva. Siempre se aprende algo de ella.
Por otro lado, es importante también tener en cuenta que, al igual que la vida, la sociedad está en permanente cambio y, lo que hoy es una minoría, mañana se puede convertir en una mayoría. Pocas personas imaginaban a inicios de 2006, cuando nació la campaña MeToo, que 12 años más tarde millones de mujeres de todo el planeta acabarían denunciando públicamente las agresiones sexuales de las que fueron víctimas.
Un estudio de la Universidad de Pennsylvania afirma que una minoría puede acabar imponiendo sus convicciones a una mayoría siempre y cuando esa minoría alcanza una masa crítica de al menos el 25% de la población. Bien pudo haber pasado esto con el movimiento independentista en Catalunya, que ha ido creciendo con el paso de los años.
En resumen, no se trata de formar parte de las minorías o de las mayorías, se trata de ser AUTÉNTICO y actuar en consonancia con aquello que pensamos y sentimos, sin que nos importe nada más. Respetando y siendo respetado.
>> Crecimiento personal: ¿Qué es normal? ¿Es lo correcto?
Ser uno mismo muchas veces lleva a ser minoría,pero no es malo ser minoría,creo qué esta sobrevalorado el concepto de mayoría. Ser mayoría no es tener la razón, es haber maniobrado para que muchos te apoyen o te den la razón. No desprestigemos el concepto de minoria como algo negativo. Seguro que las minorías nunca serán mayoría y, menos mal, si asi fuera dejarían de ser auténticos.