sexo y pareja

Voy a lanzar al aire una pregunta. Teniendo en cuenta que el sexo es el ingrediente que diferencia una relación de pareja de una relación de amistad, ¿por qué las parejas tienen tantos conflictos con el sexo? Debería ser lo más «sagrado» en la pareja. Aquello que más cuidamos. Pero no es así.

El sexo para la pareja tal y como yo la entiendo es tan fundamental como el frío para la nevera o el detergente para la lavadora. Sin frío, la nevera no enfría. Si no hay detergente, la lavadora no limpia. Sin sexo, la pareja no fluye, no brilla.

Hablo del sexo en su más amplio concepto. No hablo de la simple búsqueda del orgasmo. Me refiero a la conexión y a la intimidad que lo originan. Al fruto del amor, del respeto y de la admiración mútua. A la fisicalidad, al juego de caricias y besos, a la complicidad.

No dejo de escuchar conversaciones entre parejas en las que tarde o temprano el hombre lanza indirectas a la mujer sobre el poco sexo que tienen. Las mujeres callan. No saben qué responder.

Soy consciente del estereotipo que acabo de mencionar. La situación es extrapolable a otros casos. Pero éste es el que más percibo a mi alrededor,. Ocurre lo mismo en parejas homosexuales, evidentemente; y también hay ocasiones en que ocurre lo contrario: es la mujer la que siente frustración sexual ante el hombre.

El sexo en la pareja se convierte muchas veces en tema tabú

Es cierto que cada cual puede decidir convivir con la persona que decida y tener su propia definición sobre la pareja. Pero lo que percibo de manera generalizada desde hace años es que el sexo en la pareja es un tema que genera mucho conflicto. Y se convierte en un tema tabú, del que no se puede hablar sin que acabe con una pelea. Genera una gran frustración a ambas partes de la pareja. Genera sufrimiento cuando debería ser fuente de placer, alegría y vitalidad.

¿Qué pasa entonces? Que cuando uno de los miembros de la pareja necesita sexo y constantemente se encuentra con una barrera se frustra. A menudo calma esa frustración con la masturbación, con la pornografía y, a veces, con el sexo online. A la larga, podría pasar que decida calmar esa frustración buscando el sexo fuera de la pareja. Aquí es cuando comienzan las infidelidades tan frecuentes como ocultas en nuestra sociedad. Este es también el motivo del gran éxito de la prostitución.

Espero me permitáis seguir con el estereotipo inicial aunque sea una generalización. Pero me resulta más fácil expresarme partiendo de este ejemplo típico de la pareja heterosexual en la que el hombre siempre se anda quejando de que no obtiene de su mujer el sexo que necesitaría.

Entiendo lo complicado que debe de ser para la mujer siempre decirle que NO a su pareja. Es la persona a la que ama pero, no le apetece. El deseo se ha difuminado por un motivo u otro y, evidentemente, no debe forzarse a tener relaciones sexuales cuando no tiene ganas. Sería como que le ofrecieran comer un exquisito helado de chocolate cuando no tiene hambre. No le apetece. No hay más.

Por otro lado, también entiendo la enorme frustración que supone recibir un NO tras otro constantemente. Es un hachazo letal para la autoestima. El hombre se plantea qué ha hecho mal, si es suficientemente bueno para ella, si es que quizás ha perdido todo aquello que hizo que su pareja se enamorara de él. Se abre una puerta a la inseguridad, al miedo y a la duda.

Estas situaciones pueden conllevar a enfados o, simplemente, si el hombre comprende a la mujer, lo acepta sin más asumiendo su frustración.

Cuando se repiten con frecuencia estas situaciones, se va creando un muro entre las dos personas. El hombre no para de buscar estrategias para conseguir «su objetivo» temeroso de obtener otro NO. La mujer teme que se le acerque insinuando y lo frena tomando distancia o siendo poco cariñosa. La mujer empieza a sentirse como un objeto y no siente que sus necesidades emocionales estén cubiertas. El hombre se va dando cabezazos contra un muro infranqueable y ve como su autoestima va descendiendo a ritmo vertiginoso.

Esta situación genera «quistes» en la pareja y, muchas veces, nunca llegan a sanarse. Me parece realmente sorprendente la capacidad que tenemos los humanos para tirar adelante cargando con este tipo de dolor, normalizando la situación sin más. Asumiendo e integrando el sufrimiento. Seguro que hay solución pero no nos paramos a buscarla, porque es «demasiado complicado».

Evidentemente, siempre «pierde» el que quiere algo que no obtiene. Pero lo que no se percibe es que en realidad pierden los dos. Porque, lo que sucede en la vida ante todo tipo de conflictos, es que o las dos partes ganan o las dos partes pierden. Todos somos uno, estamos conectados y la pérdida de la persona que amamos es nuestra pérdida. Su dolor es el nuestro.

Amar es integrar a la otra persona como parte de ti

Amar es integrar a la otra persona como parte de nosotras. Es integrar que su bienestar es nuestro bienestar. Es decir, si la herimos, nos herimos.

El sexo esta relacionado con el juego, con la intimidad y con la conexión. Cuando nos desconectamos del sexo en la pareja, estamos desconectando con esta conexión entre las dos personas tan especial. Estamos poniendo nuestro enfoque en la mente, en el ego, en el dolor físico y emocional que llevamos a nuestras espaldas a diario. No nos dejamos o no nos permitimos conectar con esa otra persona. Y la rechazamos. Al rechazarla a ella nos rechazamos a nosotros mismos. Rechazamos esa conexión, ese juego, ese divertimento tan especial de la pareja.

Tiene que ver con los miedos, con los prejuicios, con querer tener el poder en la relación. Con no sentir realmente la conexión y pensar o sentir que la otra persona tan solo quiere beneficiarse a nivel físico de nuestro cuerpo, que no nos quiere cuidar. Salen a la luz las viejas memorias y bloqueos. No nos permitimos el disfrute como lo hacíamos al principio de la relación. Gana la mente al corazón, el control a la fluidez.

Esa descoordinación, esa falta de acuerdo, esa pérdida es el principal síntoma de que una pareja esta perdiendo su conexión. Deben replantearse su relación, mirar al otro como parte de ellos mismos. La reconexión es fácil si tenemos voluntad de realizarla. Implica comunicarse, expresar las emociones, jugar y dejarse llevar.

Al principio de una relación todo ese mas fácil. Te olvidas de los problemas de tu vida porque el deseo es más fuerte que el resto. Pero luego, una vez finalizado el juego de seducción y conseguido el objetivo, muchas personas se olvidan de dar espacio al propio deseo y al vínculo que crearon inicialmente con la otra persona. Lo apagan, lo ignoran, lo dejan de cuidar.

El deseo, las ganas de hacer el amor con una pareja es algo que se debe cuidar. Es algo que se debe ir encendiendo. Es como cuando a una hoguera se le apaga la mecha. Desaparece y luego cuesta más volverla a encender. Las personas no somos conscientes de la importancia de mantener encendido el fuego. Hacerlo es tan fácil como querer jugar con la otra persona. Como cuando éramos pequeños. El sexo no deja de ser un juego «de adultos», una diversión que aporta placer y disfrute a ambas personas: buscar las caricias, el contacto visual, los besos… Perderse uno en el otro. El sexo nos aporta momentos mágicos, tremendamente especiales.

Pero de adultos desconectamos de nuestro niño interior y, cuando ya hemos conseguido aquello que en teoría nos proporciona estabilidad, nos olvidamos de jugar. Los quehaceres diarios, los pequeños conflictos, y el cansancio, nos eclipsan. Recordemos que, de pequeños, siempre queríamos jugar. No había nada que pudiera tapar nuestro instinto natural que nos conducía al juego y a la diversión.

La pareja debe cuidar la llama del amor

Además, los miedos, la religión, los ancestros, las memorias programadas de todas las personas de nuestras generaciones anteriores se ocupan de no dar importancia a esa llama. Pero es lo más bonito de la pareja. La pareja debe cuidar esa llama del amor con romanticismo y magia.

Es evidente que si llega el momento en el que las ideas de las dos personas comienzan a divergir, si los aprendizajes son diferentes, y cada cual necesita emprender diferentes rumbos, la llama se apaga y cada cual debe iniciar su propio camino por separado. Sin rencores, sin frustraciones, sin más. Desde el amor absoluto se permite que la otra persona siga su propio camino agradeciendo todo lo aprendido a su lado.

También, por supuesto, cada cual debe cuidar de su propia llama y no dejar que se apague. Cada individuo debe mantener su pasión por la vida, por el cuidado de su cuerpo, de sus emociones, de sus pensamientos, de su energía… Manteniendo viva su propia llama. Sólo cuando cada cual cuida de su propia llama, puede encender una llama con otra persona más o menos duradera.

Sí, es cierto, hay muchas parejas que deciden vivir su relación manteniendo su llama apagada, pero algo en ellos no termina de expresarse. Algo de frustración y pasividad existe en estas personas… Su creatividad, su pasión, su conexión, no es igual… Pasa a ser conformismo, confort, tranquilidad… y hemos venido a esta vida a experimentar y a mantener vivas nuestras llamas. También es cierto que cada cual es dueño de sus propias decisiones.

Me encantaría que el sexo en la pareja no fuera un tema tabú y que, hablando sobre el tema, todas las personas pudiéramos llegar a lograr una vida sexual en pareja plena y satisfactoria para ambas partes. Es cuestión de comunicación, de voluntad y de estar dispuesto a mostrar nuestras vulnerabilidades más profundas.

Es cierto que el sexo históricamente ha sido muy castigado. Por un lado, tenemos la creencia ancestral marcada en el inconsciente colectivo de que el sexo es «malo», pecaminoso, y un vicio a erradicar. Por otro lado, vivimos bajo la creencia actual de que cuanto más sexo tengas más «cool» eres. Hay como una competición implícita -tanto entre hombres como entre mujeres- en la que gana quien más relaciones sexuales tiene. Todo esto genera cierta presión social.

Estas incongruencias, estas dualidades en torno al sexo, afectan a nuestro inconsciente y, en consecuencia, sufrimos por ello, porque provoca dolor.

Por otro lado, el sexo es origen de mucho dolor también a nivel social debido a los abusos sexuales que lamentablemente forman y han formado parte de la historia.

La homosexualidad ha sido perseguida y prohibida durante siglos… y en algunos países aún lo es. Toda esta «carga» energética, toda esta «negatividad» en torno al sexo nos afecta aunque no queramos.

Debemos tratar de sanar el sexo, y nuestra relación con él, tanto a nivel individual como en la pareja. ¿Cómo hacerlo? No lo tengo claro. Asumo que siendo consciente de ello es un primer paso. Todos ganaremos haciéndolo.

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