Me encanta mantener con mis amig@s largas conversaciones sin rumbo debatiendo sobre «lo humano y lo divino». Recientemente discutíamos sobre si la felicidad total existe o no.
En este tipo de debates llega un momento en el que me apasiono tanto que tiendo a hablar con total rotundidad, como si tuviera la razón más absoluta. Probablemente sea algo que haya heredado de mi abuelo. A él le encantaba discutir, con su tono de voz fuerte y contundente; y no tenia ninguna duda de que tenía siempre la razón. Aunque le demostraras lo contrario. Él siempre tenía la razón. Mi abuela acababa callando, pero mi madre -que es como él pero algo más abierta de mente- se enzarzaba con él en discusiones sin fin donde ambos aseguraban tener la razón y, al final, normalmente mi madre acababa llorando. Nunca entendía esa necesidad de «ganar» en las discusiones. Y sigo sin entenderla.
Dicen que, a medida que avanzan las generaciones, vamos ganando más nivel de conciencia. Quizás por eso, aunque yo hable, haga disertaciones y escriba como si tuviera la razón absoluta, me gustaría enfatizar este «como si», que evidencia que realmente no la tengo. Porque no existe. Existen verdades objetivas y, después, existe un amplio abanico de opiniones subjetivas, totalmente diferentes y válidas. Y yo, en este espacio, lo único que hago es exponer mi opinión sobre ciertos temas. Creo que con un objetivo más auto-terapéutico que otra cosa. Dicen que escribir sana. Y supongo que se trata de eso…
Volvamos al tema de la razón. Realmente tener o no razón en una discusión no tiene demasiada importancia. A parte de satisfacer nuestro propio ego, no conduce a ningún otro lugar. Una frase que me gusta mucho y que hace referencia a eso es «¿Qué prefieres: tener razón o ser feliz?» Yo tengo clara la respuesta: prefiero ser feliz. Pero eso no implica que no me guste «debatir» y exponer mi punto de vista sobre las cosas.
Como os comentaba, una de las conversaciones sobre la que recientemente discutía es: ¿la felicidad total existe? Yo afirmo que sí con total rotundidad. Pero entonces, me dicen cosas del tipo: «No existe porque siempre hay alguna cosa que trunca esa felicidad», o «¿y las personas con enfermedades graves?» o «¿y las muertes de los seres queridos?»…. Y suma y sigue… Que si los problemas en el trabajo, con los hijos, con la pareja, con amigos… y «siempre hay algo» que -según dicen- «rompe» esa felicidad.
Supongo que primero deberíamos definir «felicidad». Según la Wikipedia: «La felicidad es una emoción que se produce en un ser vivo cuando cree haber alcanzado una meta deseada. Algunos psicólogos han tratado de caracterizar el grado de felicidad mediante diversos tests, y han llegado a definir la felicidad como una medida de bienestar subjetivo (autopercibido) que influye en las actitudes y el comportamiento de los individuos. Las personas que tienen un alto grado de felicidad muestran generalmente un enfoque del medio positivo, al mismo tiempo que se sienten motivadas a conquistar nuevas metas. Al contrario que las personas que no sienten ningún grado de felicidad que muestran un enfoque del medio negativo, sintiéndose frustradas con el desarrollo de su vida, atribuyendo la culpa al resto de la sociedad con la que conviven.» Fantástico.
La felicidad total existe, la logramos con la paz interior
Para mí, la felicidad es un estado de paz interior, lo que, evidentemente, conlleva a un estado de ánimo positivo. Desde ese punto, pienso que puedes encarar todas esas situaciones que pueden comportar dolor, o que pueden amenazar ese estado óptimo de armonía, con otra actitud.
Pienso que una cosa es la «felicidad» y otra es el «éxtasis absoluto de alegría» que sientes en determinadas ocasiones, con mayor o menor frecuencia y, evidentemente, según lo apasionado o intenso que seas. A veces confundimos una cosa con la otra.
Como me dijo hace años un amigo: «hay personas que tienden a la felicidad, y otras que no«. Cuanto más pasa el tiempo, más sentido le veo a esa frase.
Hay personas con actitud positiva, que intentan sacar el lado bueno de las cosas, que afrontan los desafíos de la vida con una sonrisa y tirando hacia adelante; y hay otras que viven ancladas en la queja, en la desazón y en el «¿por qué todo me pasa a mí?».
También hay personas que, como piensan que la felicidad absoluta no se puede obtener, ya la evitan. ¡No vaya a ser que pase! Otra de las frases que a menudo escucho es «todo no se puede tener«, o «todo no puede ser tan maravilloso» o aquello de «ahora hay que volver a la realidad«, cuando nosotros creamos la realidad que queremos. Probablemente, si no haces nada para que las cosas cambien y para que las cosas pasen y para que lo extraordinario se convierta en ordinario, nunca pasará.
Sí. Creo en la magia. Pero creo que nosotros hacemos magia si queremos hacerla. Las cosas no pasan porque sí, hay que provocarlas en cierta manera. No nos va a tocar la lotería si no jugamos; no vamos a descubrir nuevos mundos si no viajamos; y no vamos a saber lo que es el amor si no amamos.
Para ser felices debemos valorar lo que tenemos
Para ser feliz es imprescindible valorar todo lo que tenemos y agradecer hasta las más pequeñas cosas que nos hacen sentir bien. Desde ver solos una serie de televisión que nos encanta, a disfrutar de una romántica velada. Tomar una caña con una amiga, o celebrar tu cumpleaños rodeado de todos los que te quieren. ¿Y qué me decis de esa maravillosa sensación al tumbarte en tu cama cuando estás absolutamente cansado después de trabajar? ¿Y la de dormir en un espectacular hotel en tus vacaciones?
Creo que la felicidad absoluta está en esos pequeños detalles: en las sonrisas que nos cruzamos diariamente, en esa llamada inesperada que tanta ilusión te hace, en unas palabras amables, en disfrutar los días de sol paseando por la calle y los de lluvia en casita con sofá y manta.
No sé si es muy osado, pero si me preguntaran: ¿eres feliz? Diría: sí, soy totalmente feliz. Sí, ahora mismo echo de menos a alguien. De acuerdo, me gustaría vivir de otra manera. También me gustaría ganarme la vida haciendo lo que me apasiona. Pero, todo eso no echa por tierra mi felicidad. Todo lo contrario. Cada vez que me acerco a una de esas cosas, me invade la alegría de manera extrema. Y, mientras, trato de disfrutar del camino, de lo bueno del día a día. Y eso me hace feliz.
Siempre habrá metas. Siempre desearemos algo que no tenemos. Necesitamos nuevos objetivos para ir avanzando, para ir creciendo, para ir evolucionando. Pueden ser más o menos complicados de lograr, pero siempre existirán. Nuestra felicidad no debería depender del conseguir o no esos objetivos. Creo que ahí está «el error». Quienes se encallan ahí, quienes piensan que «fracasan» al no lograr sus metas, quienes se centran en todo «lo malo que les pasa» entran en el bucle de la queja, y no salen de ahí. Los «fracasos» o las «situaciones complicadas» son lecciones vitales de las que salimos reforzados, siempre y cuando las consideremos como tal y sigamos nuestro camino con la lección aprendida.
Por otro lado, el sentirse feliz, no implica no tener altibajos. Ni mucho menos! Yo tengo épocas en las que siento que me estanco y que no avanzo. Pero es parte del camino. Y necesitamos «sentirnos mal». Es totalmente válido sentirse triste de vez en cuando, enfadarse, llorar, desesperarse. No creo que debamos huir de esos estados. Simplemente aceptarlos, vivirlos y dejar que pasen sin evitarlos. Pero todo eso no implica no ser feliz. Son sólo nubes que pasan por delante del sol y nos nublan el camino. Pero el sol, siempre está ahí. La felicidad total existe. El bienestar, la paz interior, siempre están ahí, a nuestro alcance. Sólo que a veces tenemos que aprender a mirar tras las nubes.
>> #FollowYourHeart La importancia del SÍ